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Crónica de una surfer amateur

por Leticia Floresmeyer

 

Hay algo del estilo de vida surfer que me atrae. Siempre he querido pararme en una ola gigante meter la mano en el agua y encontrarme dentro de un túnel turquesa lleno de pececitos. Si además me veo como Kate Bosworth en Blue Crush, mejor. Un delirio en mi mente  decía que iba a ser buena, estaba segura que en cuanto me dieran una tabla mi naturaleza playera se apoderaría de mi cuerpo y sería una profesional. Si, ajá.

blue-crush

Así me veía…

 

La primera vez que lo intenté casi muero ahogada. Blue Crush, ni madres. Cuando vivía de vaga en Italia un amigo me prometió enseñarme a surfear como los buenos en una sola clase. Poco sabía yo lo poco que sabía él sobre enseñar a alguien a hacer cualquier cosa. Me enfundó en un traje de neopreno que me quedaba enorme, me puso una tabla angosta en las manos y me aventó al témpano de hielo que es el mediterráneo en marzo.

Mientras intentaba mantenerme acostada encima de la tabla, lo cual era prácticamente imposible, pensaba en depilarle las piernas con cera a mi “maestro” o romperle la nariz. Parecía una foca tratando de balancearse en un palito. Tenía la cara y los pies dormidos del frío, los brazos se me caían del dolor y había tomado tanta agua salada que me daba miedo regresar a la verticalidad. Obviamente nunca me paré en la tabla ni logré nada cercano al surf.

Desilusionada y con el ego herido decidí dejar pasar tiempo antes de volver a intentarlo. Falta decir que me costó una semana pararme de la cama sin que me doliera hasta-el-cutis.

Unos años después decidí que no importaba lo que me costara, iba a lograr mi sueño roto de pararme en una tabla. Las ideas del túnel y de parecerme a Kate las había dejado atrás hace mucho tiempo. Mi novio consiguió un maestro en Acapulco y un fin de semana fuimos a la aventura. Todo transcurrió muy a la filosofía del Dude. Hablamos a un teléfono que encontramos en internet, resultó que era de alguien que no practicaba el deporte pero conocía a un tal Fernando. Fernando, el gurú del surf de Acapulco,  como buen hippie surfer no tiene celular y  su amigo nos dijo que llegáramos a la playa en la mañana y seguro lo encontraríamos.

Pues si lo encontramos, estaba junto varias chicas bronceadas y unos amigos surfers, quienes dobletean como entrenadores de la escuela incorpórea de Fernando y salvavidas de la playa.

Kate Bosworth

Más Kate….

 

Nos recibieron con la alegría de quienes viven sin neurosis y nos hicimos amigos instantáneos. La clase dura una hora y  los entrenadores empiezan por subirte el autoestima mientras te ponen a pararte una y otra vez sobre la tabla fuera del mar, recostada en la arena. Te dicen lo maravilloso que eres y que seguro serás un gran surfista muy pronto.

Luego te meten al mar, donde te ayudan dirigiéndote la tabla y poniéndote sobre la ola, lo más importante que debes hacer es pararte cuando te dicen. Claramente tienes que nadar un poco y enfrentarte a las olas que de vez en cuando te revolcarán sin compasión. El instructor que estaba conmigo era joven y dulce. Además se volteaba cada vez que una ola me derrotaba y me destituía de la menguada dignidad que tenía y aún peor del traje de baño. Al final decidí que seguro había visto muchas nalgas más bonitas que las mías y que me tenía que valer madres si no iba a llegar muy vestidita pero sin haber surfeado un carajo.

Y ¡Pum! Me paré. Y me volví a parar como unas diez veces más. Después de la primera vez Fernando me dijo que yo estaba en control de las olas y de la tabla y que lo único que tenía que hacer era dejarme ir. Ya ven que luego esas ideas New Age funcionan de maravilla. Ahorita me emociono al intentar describir el sentimiento de estar ahí parada. Eres Poseidón por unos tres segundos y luego te metes un madrazo. Pero eres Poseidón.

A mi novio no le fue tan bien, le pasó una versión diluida de mi primera clase. Supongo que debes bajar las expectativas para que no sea el mar quien te las baje. Estar relajado y divertirte es lo que dice Fernando se debe hacer para ser un buen surfer. Pero he de decir que aunque la filosofía sea dejarse ir, tener un guía hace toda la diferencia. Después de la clase, quemada y adolorida fui lo más feliz que he sido en mucho tiempo. Muero de ganas por regresar a la tabla y al mar, espero poder hacerlo pronto. Peace out.